Padre, al montón de polvo que te cobija
bajé esta tarde.
Enriqueta Ochoa.
Solamente nos separa, padre, un hueco habitado por el mundo,
una transparente brecha interminable,
ignorancia mutua y tres décadas de desaparición.
En qué montón de tierra maldeciré cuando te mueras,
a quién le entregaré el coraje insatisfecho de mi adolescencia:
lumbre que en el estómago anidó.
Y cuando llega el viento de septiembre
la ciudad cierra los ojos y se amamanta de su polvadera,
encuentro en ese ardor de garganta el único recuerdo de ti.
Has de estar también en el agudo mediodía de la canícula,
cuando todo se funde y la piel se nos incendia,
cuando una gasa cubre los ojos y no nos podemos reconocer.