jueves, 21 de julio de 2011

A petición de unos y capricho de otros

Aquí, una selección del trabajo que consta en el diccionario que preparo; muestra arbitraria, pero que tiene la intención de mostrar cómo juega el relato dentro del trabajo de re significación.

(A)

Agresión. Resultado del olvido; En ocasiones forma parte de la fórmula contraria, es decir, el olvido es resultante de la Agresión (se pueden realizar infinidad de combinaciones: autoridad olvida sus obligaciones, agresores olvidan su condición humana, tú olvidas no salir de tu casa; y en el otro sentido, tú olvidas controlar tus esfínteres, tú olvidas, con el tiempo y una inversión terapéutica considerable, lo sucedido…).

Asalto. Unidad mínima de violencia en México. Hay especialistas que aseguran que es un concepto rebasado por la realidad violenta de este país y que es necesario especificar el tipo de asalto para que se entienda de lo que se habla. Los hay con o sin violencia, con o sin secuestro, etc. Las condiciones en que vivimos nos obligan a pensar que ser asaltado (y salir vivo) es lo de menos (por ello se recomienda, en estos casos, ni siquiera ir a perder su tiempo levantando un acta ante la autoridad).

Atención. Ponme atención, cabrón, culero. Esto quiere decir, para los fines de este diccionario, que vas a escuchar lo que debes hacer si es que aprecias en algo seguir vivo. Quiere decir, también, que te esfuerces por mandar el miedo un paso atrás y atiendas lo que escucharás, que no te dejes dominar por las preguntas frecuentes que aparecen en la oscuridad de un secuestro: ¿Por qué a mí? ¿Me irán a matar? ¿Qué va a ser de las pobres mujeres que me esperan? Y hagas como estás en clase o en una conferencia de esas a las que te gusta ir, y abras los sentido porque de eso depende que el gordo que está a tu lado no te vuelva a pegar o no dispare la pistola que (imaginas o asumes) trae en la mano.

Atención. Acción de urbanidad que te debería proporcionar el ministerio público cuando asistes a levantar el acta correspondiente a un delito en tu contra (y contra quien resulte responsable). En vez de eso, puede significar el escrutinio perverso de tus actos, sugiriendo en todo momento que el criminal eres tú, que tú te lo has buscado o en el peor de los casos que lo que estás declarando es falso, inventado, un ardid (contra tu país) del que quieres beneficiarte, pues los pesos que te quitaron, el teléfono celular, las credenciales, seguro las tienes tú y quieres que alguien te pague por ello.

(B)

Barrio. Conjunto de calles pobladas de resentimiento con banquetas pintadas de sangre, de la sangre de gente de otros barrios y de la propia. También se entiende por barrio, fortaleza (con un sentido particular de la fraternidad) lugar donde la rabia crece compartida y donde algunos pocos son capaces de entrarle al quite si te ven tendido en un camellón, sangrando.

Bueno. Dícese del secuestrador o ratero que tiene a bien disminuir su nivel de violencia verbal y física contra ti por simple gusto, en cuyo caso (también) deberías agradecerlo. Hay sujetos que encajan en esta descripción que incluso llegan a llamar a sus víctimas como bróder, o hermano (por su traducción al español).

Bueno. Ser el bueno, es en algunos actos de violencia aquél al que los secuestradores andan buscando. Si eres el bueno, te matan sin preámbulos y con lujo de violencia; si no eres él, sólo prevalece el lujo de violencia, pero, por fortuna, te dejan vivir.

(C )

Culero. Desde el principio y hasta el final del secuestro, tú. Desde que te liberan y hasta que logres olvidar lo sucedido, ellos y sus progenitores. A veces y sólo bajo ciertas circunstancias, la autoridad (sobre todo por corrupta e incompetente).

Crack. Forma de consumo –en piedra– de la cocaína, poco frecuente en el narcomenudeo de nuestro país pero de fama y demanda creciente. También es la onomatopeya del sonido de los huesos (tu quijada, por ejemplo) cuando tu secuestrador estrella su codo contra ti.

(H)

Humillación. Condición permanente en los habitantes de este país. Su causa se debe, principalmente al engaño (pero también a la estupidez) con que los sujetos que representan el Estado conducen la nación.

Humillación. Estado del sujeto –se acompaña normalmente de impotencia– en el que se asume la hegemonía de los agresores. Puede aparecer a consecuencia del miedo que provocan las armas que (ellos) portan, de lo golpes, o de la petición expresa e irónicamente amable de que cuentes un chiste (ojos cerrados, manos atadas) para amenizar el rato.

Humor. Aunque existe más de una acepción aplicable al contexto violento que se vive en México, entendemos por humor principalmente dos cosas: el tufo pestilente de la axila del secuestrador que te abraza (porque es Bueno), mezcla de sudor agrio, muerte condensada y podredumbre; y, ese sentido que debes hacer aparecer para seguir su conversación y responder a lo que se te pide. En esta última circunstancia y aunado a la memoria y a otro sentido, el de supervivencia, te permite contar chistes, reírte y salir, por ende, vivo.

(P)

Plomazo. Especie de significante; vehículo del sentido de lo que ocurre en un acto violento. Es gracias a su presencia (que puede ser virtual, enunciativa, imaginaria incluso) que todo lo demás cobra significado: tu miedo, su confianza, lo irremediable del acontecimiento. Es, al mismo tiempo, duda y certeza. En casos peculiares es sustituido por alguna acción, como la amenaza de que cortarán tu dedo índice, y en otros casos ésta última no sustituye sino que refuerza el concepto de plomazo.

Plomazo(s). Aquello que hace que un acto de violencia valga la pena para las autoridades y para los medios principalmente. En ese mismo orden de ideas, es aquello que categoriza como “chingones” o “profesionales” a aquellos que perpetúan el acto (véase también: balazos, tiros, cuetes).

(S)

Secuestro exprés. Concepto acuñado por los especialistas y/o autoridades con un doble propósito: aminorar el impacto del suceso en la víctima; implicando que debes estar agradecido pues pudo haber sido mayor, más largo, más violento, pues si bien fuiste secuestrado no puede categorizarse con “todas las de la ley” como tal, pues un secuestro de verdad (y no esas pequeñeces) es algo mucho peor, y de esa forma -esta es la segunda intención de la expresión- prolongar el miedo, inmovilizar a la víctima para que no se queje y así hacerle ver que la justicia funciona.

Seguridad. En ciertos contextos (el asiento de atrás de un taxi sin placas, por ejemplo) suele ser una lazo color amarillo –raposo y apretado– que rodea tus manos y tobillos. Si bien es cierto que tiene rasgos permanentes como la escoriación en las muñecas y el hormigueo en las manos que pueden durar hasta un par de semanas, suele ser momentánea, pues te lo quitan una vez que te liberan y que la “seguridad”, por tanto, se vuelve innecesaria. La diferencia entre que dicho objeto sea un simple tendedero de ropa y nuestro concepto es la voz del agresor diciendo: esto es tu seguridad y la mía, culero.

Suerte. Condición (otorgada por la vida y/o dios –según creencias–) que debes agradecer cada momento después del acto violento, pues pudo ser definitivamente peor. En este sentido, que te hayan roto una costilla mientras te privaban de tu libertad, humillado, golpeado, despojado de todo lo que traías, es una gran suerte (y debes estar agradecido) pues te pudieron haber matado, o bien pudiste ser víctima de un acto más violento: una balacera, un linchamiento, etc.

miércoles, 6 de julio de 2011

El monstruo entre nosotros

Elba Esther Gordillo es la política mexicana: una mujer que debiendo cumplir una tarea noble, aparece corrompida y obsesionada con la apariencia (una belleza artificial que nada tiene que ver con la belleza) y convertida en un monstruo en el más amplio sentido de la palabra. De rostro incomprensible bajo cualquier parámetro natural y capaz de los actos más atroces, es por mucho, el terror de todo aquél que en cualquier circunstancia pudiera pensarse como su rival o enemigo. Pero la fealdad física e interior no son sus peores defectos sino su falta de control, su distorsionada (y monstruosa) concepción de la realidad, en donde toda proporción humana es abolida y sustituida por una idea bizarra del interés propio y el beneficio. Y nuestra política es tan pobre que el poder se reduce casi exclusivamente al dinero, y éste está debajo y detrás de todo cuanto la señora es. Este monstruo que es, que son, es ya inexplicablemente imparable. No hay poder, institución o envergadura capaz de sugerirle, mucho menos ordenarle mesura. Los ciudadanos, Indirectos responsables de la existencia de este Golem terrible, atónitos vemos como arrasa con todo y todos, como se erige intocable y cínicamente pone las reglas de nuestra vida; reglas absurdas en perjuicio de todos excepto de ella, reglas con las que no estamos de acuerdo pero que no podemos más que acatar dócilmente. ¿No podemos más que acatar dócilmente? Le vemos en templetes y comerciales aparentando cierta fraternidad y escenificando cada vez con menos vocación este teatro de engaños. Sabemos dónde vive, en qué radica el horror que nos causa, sabemos incluso de los crímenes atroces que ha cometido y callamos, porque de a poco se nos han quitado las ganas de emprender jornadas heroicas contra titanes de tal magnitud. Y callamos. Ante declaraciones y comunicados nos enfurecemos y vociferamos contra la falta de vergüenza con que nos miente, pero nadie levanta la mano en realidad. ¿Quién podría? ¿Un poeta? No, que va. Si esos andan siempre en la luna y no sirven para casi nada. Esta maestra de escuela con fortuna de magnate, esta señora trastocada en el horror y temor de muchos (y al mismo tiempo modelo a seguir de los infames) no es una persona, es la política mexicana y en breve la patria misma, la que, de alguna forma, nos merecemos. Las instituciones de las que proviene, las que le hicieron lo que hoy es, son incapaces (por cobardes y por depender de ella; porque saben que combatirla es combatirse y al final nadie quiere perder lo que ha ganado) de contradecirle. ¿Quién va hacerlo? ¿Las organizaciones electorales que han sumado se al descrédito generalizado del aparato? ¿El presidente que le debe tanto y que no fue capaz de mostrar la más mínima moral pública ante su dudosa llegada al poder, ante el reclamo público de su, a todas luces, equivocada estrategia contra el crimen? ¿Nosotros, los de a pie, que merecemos esta inmundicia tanto como aquellos, pero la padecemos más? Por encima de todo cuanto le dio origen, inmune a toda ley y jurisdicción parece que nada la detendrá, parece que valdrá acostumbrarnos a vivir con el monstruo entre nosotros. O a ser, igualmente horrorosos, el monstruo inamovible que no hemos vuelto al solaparla.