martes, 27 de septiembre de 2011

Las circunstancias






Hace rato que no subía nada al blog. Acá un cuentito para no perder la costumbre.








Ya antes había pensado en repetidas ocasiones que matar a alguien no tendría por qué ser el peor acto de conducta de un hombre. Pero esa tarde, en el camión que va desde su oficina hasta la esquina de su casa (un trayecto de dos horas aproximadamente) la idea se convirtió en deseo. Nunca antes había visto al fulano en quien posó sus ojos de verdugo –a pesar de ser común viajar con los mismos sujetos, toda vez que abordan en el mismo lugar, a la misma hora ese autobús–. No fue algo en particular que le molestara como en otras ocasiones en que patanes no ceden el asiento o van escuchando música en radios portátiles sin audífonos. Ni siquiera era un tipo feo, de esos que por su pura apariencia generan la sensación de odiarles. Este era un hombre más bien común. Gracias a la disposición de loa asientos del camión, lo veía de frente. El sujeto-víctima iba absorto en la lectura de un libro cuya portada ostentaba un águila de alas abiertas; es un hombre informado, pensó el virtual asesino. Mientras más le veía, más se afianzaba la idea de liquidarlo, más fuerte latía dentro el deseo de acabar con su miserable existencia. ¿Y si no es un miserable sino un feliz padre de familia, avezado y culto lector de política, noble, puntual en el pago de sus impuestos? Pero su respuesta fue contundente: lo mataría por mí, por mi deseo, por el gusto que comprobar que se puede ser un asesino y dormir sin remordimiento. No soy, se dijo, un ángel vengador, ni un policía, sólo un común y corriente oficinista con ganas de matar.