Del libro Musicario, parte de la Cantata.
VIII.-
La voz se desmigaja y cae
-en el acto de juntar las manos rodeando la piel escurridiza-
como cae la tarde con su peso de tórtola incendiada: inevitable.
Fuera del sentido se acomoda toda sensación
que es un paso anterior a lo nombrado, un tambor primero donde bulle la necesidad
-también primera- del grito y de la casta;
del imprescindible que me he vuelto yo para esta sinfonía a dos voces:
siempre dos voces.
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