Elba Esther Gordillo es la política mexicana: una mujer que debiendo cumplir una tarea noble, aparece corrompida y obsesionada con la apariencia (una belleza artificial que nada tiene que ver con la belleza) y convertida en un monstruo en el más amplio sentido de la palabra. De rostro incomprensible bajo cualquier parámetro natural y capaz de los actos más atroces, es por mucho, el terror de todo aquél que en cualquier circunstancia pudiera pensarse como su rival o enemigo. Pero la fealdad física e interior no son sus peores defectos sino su falta de control, su distorsionada (y monstruosa) concepción de la realidad, en donde toda proporción humana es abolida y sustituida por una idea bizarra del interés propio y el beneficio. Y nuestra política es tan pobre que el poder se reduce casi exclusivamente al dinero, y éste está debajo y detrás de todo cuanto la señora es. Este monstruo que es, que son, es ya inexplicablemente imparable. No hay poder, institución o envergadura capaz de sugerirle, mucho menos ordenarle mesura. Los ciudadanos, Indirectos responsables de la existencia de este Golem terrible, atónitos vemos como arrasa con todo y todos, como se erige intocable y cínicamente pone las reglas de nuestra vida; reglas absurdas en perjuicio de todos excepto de ella, reglas con las que no estamos de acuerdo pero que no podemos más que acatar dócilmente. ¿No podemos más que acatar dócilmente? Le vemos en templetes y comerciales aparentando cierta fraternidad y escenificando cada vez con menos vocación este teatro de engaños. Sabemos dónde vive, en qué radica el horror que nos causa, sabemos incluso de los crímenes atroces que ha cometido y callamos, porque de a poco se nos han quitado las ganas de emprender jornadas heroicas contra titanes de tal magnitud. Y callamos. Ante declaraciones y comunicados nos enfurecemos y vociferamos contra la falta de vergüenza con que nos miente, pero nadie levanta la mano en realidad. ¿Quién podría? ¿Un poeta? No, que va. Si esos andan siempre en la luna y no sirven para casi nada. Esta maestra de escuela con fortuna de magnate, esta señora trastocada en el horror y temor de muchos (y al mismo tiempo modelo a seguir de los infames) no es una persona, es la política mexicana y en breve la patria misma, la que, de alguna forma, nos merecemos. Las instituciones de las que proviene, las que le hicieron lo que hoy es, son incapaces (por cobardes y por depender de ella; porque saben que combatirla es combatirse y al final nadie quiere perder lo que ha ganado) de contradecirle. ¿Quién va hacerlo? ¿Las organizaciones electorales que han sumado se al descrédito generalizado del aparato? ¿El presidente que le debe tanto y que no fue capaz de mostrar la más mínima moral pública ante su dudosa llegada al poder, ante el reclamo público de su, a todas luces, equivocada estrategia contra el crimen? ¿Nosotros, los de a pie, que merecemos esta inmundicia tanto como aquellos, pero la padecemos más? Por encima de todo cuanto le dio origen, inmune a toda ley y jurisdicción parece que nada la detendrá, parece que valdrá acostumbrarnos a vivir con el monstruo entre nosotros. O a ser, igualmente horrorosos, el monstruo inamovible que no hemos vuelto al solaparla.
miércoles, 6 de julio de 2011
El monstruo entre nosotros
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