De la futilidad de la poesía
Podríamos desperdiciar la hoja,
esta o muchas más que están en blanco
inmaculadas y dispuestas
esperando
pacientes
las palabras exactas que legislen la vida del amante,
de los niños, del atardecer anaranjado.
Podría desgastar el idioma entero,
sus dardos, sus versículos sangrientos.
Perdiéramos la voz, lloráramos,
cayéramos rasantes sobre arena,
naufragáramos.
Ni este poema, ni un tratado;
ni el largo silencio de las tardes nuevas,
ni la luz eléctrica, ni el rezo:
Nada trae -hoy que despierto-
el cobijo insondable que la casa nos dio.
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