jueves, 16 de febrero de 2012

Ratas entre palomas

Para hacer la guerra con beligerancia (condición ineludible de la práctica) hay que ser sínico. Pero sínico de veras. Eso los mexicanos lo sabemos bien pues hemos estado en mitad de un fuego belicoso desde hace años; ya de insultos, vídeos, desafueros y carpetazos, ya de balas de a de veras, mortales y de altos calibres. Pero esta vez hablo de letras, de la escasa y pobremente sínica república de las letras mexicanas cuyos odios no alcanzan para mucho, cuya desfachatez es visiblemente cobardona. Es lugar común hablar de mafias en el mundillo literario, todos sabemos que existen e incluso (los más enterados) pueden ponerle nombres y apellidos. Pero esa actitud tan jota con que algunos, con aire de doctores, diagnostican la podredumbre de los de enfrente, señalan, se abalanzan, olvidando que vienen de ahí; que ahí estarán también de alguna forma tarde o temprano. Nadie está dispuesto a ceder lo ganado, las almohadillas comidas sobre las cuales descansan sus becas y publicaciones; por ello habría que ser un sínico más digno, asumir qué juego jugamos y decirlo con decoro: yo sí le entro al jueguillo corrupto de los premios y las premiaciones. He escuchado razones considerables para hacerlo. Que si los estímulos no son suficientes, que si mis endecasílabos valen oro, que si la pobrecita hija de tal desempleado poeta necesita una nueva minifalda. Pues ¿qué esperamos entonces? Porque no vamos haciendo a un lado las palabrejas mariconas de "tus las traís, Aguascalientes" y "me la debes Villaurrutia". Para que tanto brinco, dicen por ahí. Son bien pocos los que gozan de la calidad moral para reclamar a voz en cuello, y esos por lo regular permanecen al margen. A lo mejor es el propio sentido de los premios lo que está mal, o quizá, quien sabe, su existencia. Lo seguro es que otra vez la echamos a perder (la cosa). Estuvo en nuestras manos y lo echamos a perder. Y no me estoy quejando pero sí molesta que hagan falta pantalones, que tras décadas de corrupción constante y egoísmos sin mesura ni siquiera podamos ejercer con aplomo nuestro cinismo.
Lo peor de todo es que los argumentos literarios brillan por su ausencia. Todos son pleitos de mercado, de despechos pasionales sin lógica ni estructura. Un poeta escribe irónicos versos sobre otro que, siendo jurado, le otorga un premio a un tercero que no es amigo del primero, mientras goza de la lana del mismo premio en cuestión que ganó hace un par de años, cuyo jurado estuvo integrado por su amigo, el mejor. Otra vez la gansa al río, decía mi abuela; nomás asúmanse como lo que son y asunto resuelto. Y háganse versos de insulto por lo feos que ambos son, por los zapatos sin gusto que usan. No anden disfrazando de literatura sus envidias, ni le pongan acento intelectual a las mentadas.
Habría que decir que no podríamos esperar otra cosa que el chiquero, toda vez que el mundo de la cultura es espejo de la vida del país: su educación, sus gobernantes. Cobardes todos (usted también, no se haga) andamos echando rocas y escondiendo las manitas. No es que defienda el plagio, la falta de rigor; la estupidez ni lo falsario, es nomás que se me hace ojona la paloma, y con su carita de rata me temo que tiene también senda cola que le pisen. O de plano métanse a redentores, o vamos diciendo la verdad y asumiéndonos así, sínicos en serio, hacedores de la más sucia y fría guerra. O, también, si quieren, si no les es molesto, dedíquenle un tiempo a escribir y hablemos (o hable, pues, yo no me invito) de literatura.