miércoles, 28 de diciembre de 2011

Para inciar el año con cambio de vida...

RENUNCIANTE.



Deje todo.
Tome un trapo fébril pero viejito y enrédelo en su pelo.
Asuma el riesgo de que todo se confunda:
nada tiene en relidad bordes precisos.
Todo es todo;
haga el amor con cuanta hembra habita el globo.
Entonces vendrá la vida con recibos a cobrarle,
empeñará sus tardes en sacarle lo ganado
que será para ella lo perdido.

Pero usted dirá, con todo el hedor acumulado
en rastas imposibles de su pelo:
No,
perdón que no le pague,
no tengo nada, soy de oficio renunciante.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Unos frgamentos de hace tiempo.

Diario del insomnio

Noche 1

A pesar de ser la palabra el fundamento, oigo en el sueño una música de fondo, y la imagen borrosa se clarea: es algo parecido a un concierto. Un cantante, un guitarrista, hacen la noche mientras nadie (deliberadamente) los escucha. Sin embargo no es la soledad lo que se aprecia, es un breve tintineo, un murmullo; es la hechura más perfecta de la voz.

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Noche 2


Esta noche abrí los ojos antes que la música de radio que sirve, puntualita, como despertador. Desperté sobresaltado, escuchando pero en la memoria, una música estridente, parecida al heavy metal o al punk.

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Noche 3


El insomnio es otro sueño. Turbio, sin asideros. A veces hay imágenes precisas, las distinguimos, nos empeñamos en ellas. La música es diversa pero siempre suena como en aquellos tocadiscos que daban vueltas, donde una aguja reproducía el sonido garraspeante de los elepés.

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Noche 4


Una vez soñé que toreaba, con capote rojo y traje de luces. Durante el paseíllo comenzó a escucharse una guitarra muy andaluza. Después, en tono menor, supongo que era un chelo, una melodía más fuerte y dramática; en ese momento supe que el toro me iba a coger. Sonaron platillos cuando el toro introdujo en mi pecho su pitón.

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Noche 5

Dormir a tu lado siempre es mejor.
Siempre hay un arpegio que me incita a descansar, a dejarme ir por completo,
como a navegar usando el cuerpo de barcaza en alta mar. Es un arpegio de cuerdas, una sutil melodía, un vaivén.

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Noche 6


Las pesadillas entrecortan tu respiración: se vuelve irregular y me despierta. No puedo ordenar en ningún ritmo ese sonido, no cabe ni se adecua a ningún compás. Me frustra, me obsesiona, y la noche en entenderlo se me va.

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Noche 7


No es la primera vez que despierto entonando una canción norteña. A nadie debe gustarle ésa tan groseramente sencilla, pienso mientras sigo coreando: ya la voy a abandonar.

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Noche 8

No pude dormir porque en vez de roncar hacías un ruido extraño, como el de ciertos cantantes de rancheras que arrastran el aire en las últimas sílabas de sus canciones. Intenté sin éxito ponerle letra a ese insomnio, y otra vez me amaneció.

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Noche 9

La noche es una estampida de ángeles corruptos y altaneros
que vienen a jugar con mis heridas al ritmo de un bolero muy viejo y melosón.

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Noche 10

Duermes otra vez. Gozas el vértigo del sueño; ahí, yo, sin poderme sacar de la memoria el saxofón, te tarareo.

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jueves, 17 de noviembre de 2011

Cuento



Aunque con cierto sabor a pólvora en la boca, me digo que será una buena tarde de viernes. A kilómetros de aquí se estrena una obra de teatro cuya oferta de escribir rechacé del director por considerarla poca cosa, hoy inaugura el festival más importante de dicha disciplina en el país. Por eso me he metido a una librería a olvidar mis desgracias. Desde hace tiempo lo hago, no para comprar libros porque mi dinero es escaso y además he renunciado a leer por considerarlo un acto infructuoso en todos los sentidos. No, si vengo a la librería es para ver títulos y portadas de libros y repetirme que, modestia parte, yo podría haber escrito ese libro y hasta, por lo que se ve a simple vista, mejor de lo que lo hizo ese autor. Ando de librería en librería observando a detalle las ediciones de los libros que yo no escribí, los que no escribiré nunca pero que, el fondo sé, pude haber hecho. También a veces, a escondidas, voy hasta el anaquel de “Ensayo” donde siempre, en el tercer espacio del suelo hacia arriba, hay dos ejemplares de "Triunfo y supremacía de la realidad", un ensayo brillante contra la literatura fantástica que escribí en mi juventud y que fue al mismo tiempo la tesis con que me gradué de la universidad. Los veo y me maravilló, acaso hago alguna expresión de asombro en voz alta por la limpieza de la edición, lo sugerente del título, la promesa de su contenido. Luego lo vuelvo a dejar a lado de su hermano gemelo, donde reposan ambos desde hace ya cinco años, cuando me lo publicaron. Hoy no. No he llegado hasta allá. En mi camino (entre el anaquel de novela y el de divulgación de la ciencia) se atravesó un chico. Un adolescente, aunque su delgadísimo cuerpo, casi en el hueso, le hace verse menor. Lleva puesta una camiseta que, se ve, fue la gloria de otro tiempo, está deslavada y le queda algo justa. Pero no es un chico pobre, qué haría en la librería si lo fuese. Seguramente se la ha puesto porque resulta ideal para después de nadar, y porque en el fondo, pese a los ruegos de la madre porque la tire, él la quiere seguir usando. Digo después de nadar porque trae el cabello mojado, y usa un short de algodón (que parece más bien un calzón) que da la misma pinta que la camiseta. Le vi y me vio. Se siguió de largo hasta los sillones que los dueños de la librería han dispuesto para lectores pacientes que vienen a revisar ejemplares. Yo lo he seguido. Me atrae como imán. Sé que debo ser discreto, que a todas luces está mal verle tan desvergonzadamente con estos ojos de caníbal, pero no puedo evitarlo, ha despertado un apetito en mí que no puedo (y dicho sea, no quiero, controlar). Mientras hojea un libro colorido le examino. Sus piernecillas escuálidas pintan ya algunos vellos de pubertad. El calzoncillo que usa, el que se pone después de su clase de natación para llegar a casa (hoy seguramente debió acompañar a la madre a alguna inesperada diligencia a este local de libros) no deja mucho a la imaginación, delata que la adolescencia le ha llegado y que su miembro ya no es el de un niño, aunque él todavía se comporta como tal. Inocente y despreocupado, va por ahí con esa prenda escandalosa. Yo lo agradezco y lo reprocho. Creo que entre su lectura ha descubierto mi indiscreta mirada, mi insistencia de verle. Le incomoda, supongo porque le noto nervioso. Sube, creo que escapando de mi insistencia, a la sección de infantiles. Yo, que previendo una justificación –arriba está también la sección de discos– le sigo. Al caminar, la indiscreción de su ropa crece, y la mía al escudriñarle también. Va, como quien esquiva una bala, de un anaquel a otro, tratando de burlar mi mirada y mi ya descarada cercanía. La suerte de la circunstancia me favorece, a esta hora, entre semana, esta sección está prácticamente abandonada. Cuando toma un ejemplar de alguna saga de magos, de esas famosas que todos los adolescentes leen, y la abre, aprovecho el momento y pongo mi mano sobre la suya. No se asusta ni se sorprende. Unos segundos después camina hasta la ventana donde se posa; le veo de espaldas, pero gracias al reflejo del cristal, puedo ver también su rostro. Esa doble imagen me extasía. Sonríe, se toca el cabello de forma inusitada, hace un guiño con el ojo, y, libro en mano, se marcha de la sección, baja las escaleras. Voy tras él. En las escaleras le alcanzo y pongo sobre su hombro mis dedos, apenas lo roso, decido hablarle de una vez (alentado por el gesto recién ocurrido). – Hola, ¿cómo estás? –. Intento que mi tono sea paternal, para no asustarle, pero con algo de calidez para que entienda mis intenciones. Fallo en mi intento, pues en un sobresalto, corre. Al final de escalera se detiene por causa de una chancla que se le ha salido. Vuelvo a alcanzarle. –Espera, no te asustes, quiero ser tu amigo– digo en un tono más natural, para evitar el escándalo, sobre todo. En ese momento, revelándome lo más bello de sí, su voz templada y limpia, habla: Yo no quiero ser tu amigo. Ya les dije a los demás como tú. Váyanse, déjenme en paz, quiero ser un niño normal.

martes, 27 de septiembre de 2011

Las circunstancias






Hace rato que no subía nada al blog. Acá un cuentito para no perder la costumbre.








Ya antes había pensado en repetidas ocasiones que matar a alguien no tendría por qué ser el peor acto de conducta de un hombre. Pero esa tarde, en el camión que va desde su oficina hasta la esquina de su casa (un trayecto de dos horas aproximadamente) la idea se convirtió en deseo. Nunca antes había visto al fulano en quien posó sus ojos de verdugo –a pesar de ser común viajar con los mismos sujetos, toda vez que abordan en el mismo lugar, a la misma hora ese autobús–. No fue algo en particular que le molestara como en otras ocasiones en que patanes no ceden el asiento o van escuchando música en radios portátiles sin audífonos. Ni siquiera era un tipo feo, de esos que por su pura apariencia generan la sensación de odiarles. Este era un hombre más bien común. Gracias a la disposición de loa asientos del camión, lo veía de frente. El sujeto-víctima iba absorto en la lectura de un libro cuya portada ostentaba un águila de alas abiertas; es un hombre informado, pensó el virtual asesino. Mientras más le veía, más se afianzaba la idea de liquidarlo, más fuerte latía dentro el deseo de acabar con su miserable existencia. ¿Y si no es un miserable sino un feliz padre de familia, avezado y culto lector de política, noble, puntual en el pago de sus impuestos? Pero su respuesta fue contundente: lo mataría por mí, por mi deseo, por el gusto que comprobar que se puede ser un asesino y dormir sin remordimiento. No soy, se dijo, un ángel vengador, ni un policía, sólo un común y corriente oficinista con ganas de matar.

jueves, 21 de julio de 2011

A petición de unos y capricho de otros

Aquí, una selección del trabajo que consta en el diccionario que preparo; muestra arbitraria, pero que tiene la intención de mostrar cómo juega el relato dentro del trabajo de re significación.

(A)

Agresión. Resultado del olvido; En ocasiones forma parte de la fórmula contraria, es decir, el olvido es resultante de la Agresión (se pueden realizar infinidad de combinaciones: autoridad olvida sus obligaciones, agresores olvidan su condición humana, tú olvidas no salir de tu casa; y en el otro sentido, tú olvidas controlar tus esfínteres, tú olvidas, con el tiempo y una inversión terapéutica considerable, lo sucedido…).

Asalto. Unidad mínima de violencia en México. Hay especialistas que aseguran que es un concepto rebasado por la realidad violenta de este país y que es necesario especificar el tipo de asalto para que se entienda de lo que se habla. Los hay con o sin violencia, con o sin secuestro, etc. Las condiciones en que vivimos nos obligan a pensar que ser asaltado (y salir vivo) es lo de menos (por ello se recomienda, en estos casos, ni siquiera ir a perder su tiempo levantando un acta ante la autoridad).

Atención. Ponme atención, cabrón, culero. Esto quiere decir, para los fines de este diccionario, que vas a escuchar lo que debes hacer si es que aprecias en algo seguir vivo. Quiere decir, también, que te esfuerces por mandar el miedo un paso atrás y atiendas lo que escucharás, que no te dejes dominar por las preguntas frecuentes que aparecen en la oscuridad de un secuestro: ¿Por qué a mí? ¿Me irán a matar? ¿Qué va a ser de las pobres mujeres que me esperan? Y hagas como estás en clase o en una conferencia de esas a las que te gusta ir, y abras los sentido porque de eso depende que el gordo que está a tu lado no te vuelva a pegar o no dispare la pistola que (imaginas o asumes) trae en la mano.

Atención. Acción de urbanidad que te debería proporcionar el ministerio público cuando asistes a levantar el acta correspondiente a un delito en tu contra (y contra quien resulte responsable). En vez de eso, puede significar el escrutinio perverso de tus actos, sugiriendo en todo momento que el criminal eres tú, que tú te lo has buscado o en el peor de los casos que lo que estás declarando es falso, inventado, un ardid (contra tu país) del que quieres beneficiarte, pues los pesos que te quitaron, el teléfono celular, las credenciales, seguro las tienes tú y quieres que alguien te pague por ello.

(B)

Barrio. Conjunto de calles pobladas de resentimiento con banquetas pintadas de sangre, de la sangre de gente de otros barrios y de la propia. También se entiende por barrio, fortaleza (con un sentido particular de la fraternidad) lugar donde la rabia crece compartida y donde algunos pocos son capaces de entrarle al quite si te ven tendido en un camellón, sangrando.

Bueno. Dícese del secuestrador o ratero que tiene a bien disminuir su nivel de violencia verbal y física contra ti por simple gusto, en cuyo caso (también) deberías agradecerlo. Hay sujetos que encajan en esta descripción que incluso llegan a llamar a sus víctimas como bróder, o hermano (por su traducción al español).

Bueno. Ser el bueno, es en algunos actos de violencia aquél al que los secuestradores andan buscando. Si eres el bueno, te matan sin preámbulos y con lujo de violencia; si no eres él, sólo prevalece el lujo de violencia, pero, por fortuna, te dejan vivir.

(C )

Culero. Desde el principio y hasta el final del secuestro, tú. Desde que te liberan y hasta que logres olvidar lo sucedido, ellos y sus progenitores. A veces y sólo bajo ciertas circunstancias, la autoridad (sobre todo por corrupta e incompetente).

Crack. Forma de consumo –en piedra– de la cocaína, poco frecuente en el narcomenudeo de nuestro país pero de fama y demanda creciente. También es la onomatopeya del sonido de los huesos (tu quijada, por ejemplo) cuando tu secuestrador estrella su codo contra ti.

(H)

Humillación. Condición permanente en los habitantes de este país. Su causa se debe, principalmente al engaño (pero también a la estupidez) con que los sujetos que representan el Estado conducen la nación.

Humillación. Estado del sujeto –se acompaña normalmente de impotencia– en el que se asume la hegemonía de los agresores. Puede aparecer a consecuencia del miedo que provocan las armas que (ellos) portan, de lo golpes, o de la petición expresa e irónicamente amable de que cuentes un chiste (ojos cerrados, manos atadas) para amenizar el rato.

Humor. Aunque existe más de una acepción aplicable al contexto violento que se vive en México, entendemos por humor principalmente dos cosas: el tufo pestilente de la axila del secuestrador que te abraza (porque es Bueno), mezcla de sudor agrio, muerte condensada y podredumbre; y, ese sentido que debes hacer aparecer para seguir su conversación y responder a lo que se te pide. En esta última circunstancia y aunado a la memoria y a otro sentido, el de supervivencia, te permite contar chistes, reírte y salir, por ende, vivo.

(P)

Plomazo. Especie de significante; vehículo del sentido de lo que ocurre en un acto violento. Es gracias a su presencia (que puede ser virtual, enunciativa, imaginaria incluso) que todo lo demás cobra significado: tu miedo, su confianza, lo irremediable del acontecimiento. Es, al mismo tiempo, duda y certeza. En casos peculiares es sustituido por alguna acción, como la amenaza de que cortarán tu dedo índice, y en otros casos ésta última no sustituye sino que refuerza el concepto de plomazo.

Plomazo(s). Aquello que hace que un acto de violencia valga la pena para las autoridades y para los medios principalmente. En ese mismo orden de ideas, es aquello que categoriza como “chingones” o “profesionales” a aquellos que perpetúan el acto (véase también: balazos, tiros, cuetes).

(S)

Secuestro exprés. Concepto acuñado por los especialistas y/o autoridades con un doble propósito: aminorar el impacto del suceso en la víctima; implicando que debes estar agradecido pues pudo haber sido mayor, más largo, más violento, pues si bien fuiste secuestrado no puede categorizarse con “todas las de la ley” como tal, pues un secuestro de verdad (y no esas pequeñeces) es algo mucho peor, y de esa forma -esta es la segunda intención de la expresión- prolongar el miedo, inmovilizar a la víctima para que no se queje y así hacerle ver que la justicia funciona.

Seguridad. En ciertos contextos (el asiento de atrás de un taxi sin placas, por ejemplo) suele ser una lazo color amarillo –raposo y apretado– que rodea tus manos y tobillos. Si bien es cierto que tiene rasgos permanentes como la escoriación en las muñecas y el hormigueo en las manos que pueden durar hasta un par de semanas, suele ser momentánea, pues te lo quitan una vez que te liberan y que la “seguridad”, por tanto, se vuelve innecesaria. La diferencia entre que dicho objeto sea un simple tendedero de ropa y nuestro concepto es la voz del agresor diciendo: esto es tu seguridad y la mía, culero.

Suerte. Condición (otorgada por la vida y/o dios –según creencias–) que debes agradecer cada momento después del acto violento, pues pudo ser definitivamente peor. En este sentido, que te hayan roto una costilla mientras te privaban de tu libertad, humillado, golpeado, despojado de todo lo que traías, es una gran suerte (y debes estar agradecido) pues te pudieron haber matado, o bien pudiste ser víctima de un acto más violento: una balacera, un linchamiento, etc.

miércoles, 6 de julio de 2011

El monstruo entre nosotros

Elba Esther Gordillo es la política mexicana: una mujer que debiendo cumplir una tarea noble, aparece corrompida y obsesionada con la apariencia (una belleza artificial que nada tiene que ver con la belleza) y convertida en un monstruo en el más amplio sentido de la palabra. De rostro incomprensible bajo cualquier parámetro natural y capaz de los actos más atroces, es por mucho, el terror de todo aquél que en cualquier circunstancia pudiera pensarse como su rival o enemigo. Pero la fealdad física e interior no son sus peores defectos sino su falta de control, su distorsionada (y monstruosa) concepción de la realidad, en donde toda proporción humana es abolida y sustituida por una idea bizarra del interés propio y el beneficio. Y nuestra política es tan pobre que el poder se reduce casi exclusivamente al dinero, y éste está debajo y detrás de todo cuanto la señora es. Este monstruo que es, que son, es ya inexplicablemente imparable. No hay poder, institución o envergadura capaz de sugerirle, mucho menos ordenarle mesura. Los ciudadanos, Indirectos responsables de la existencia de este Golem terrible, atónitos vemos como arrasa con todo y todos, como se erige intocable y cínicamente pone las reglas de nuestra vida; reglas absurdas en perjuicio de todos excepto de ella, reglas con las que no estamos de acuerdo pero que no podemos más que acatar dócilmente. ¿No podemos más que acatar dócilmente? Le vemos en templetes y comerciales aparentando cierta fraternidad y escenificando cada vez con menos vocación este teatro de engaños. Sabemos dónde vive, en qué radica el horror que nos causa, sabemos incluso de los crímenes atroces que ha cometido y callamos, porque de a poco se nos han quitado las ganas de emprender jornadas heroicas contra titanes de tal magnitud. Y callamos. Ante declaraciones y comunicados nos enfurecemos y vociferamos contra la falta de vergüenza con que nos miente, pero nadie levanta la mano en realidad. ¿Quién podría? ¿Un poeta? No, que va. Si esos andan siempre en la luna y no sirven para casi nada. Esta maestra de escuela con fortuna de magnate, esta señora trastocada en el horror y temor de muchos (y al mismo tiempo modelo a seguir de los infames) no es una persona, es la política mexicana y en breve la patria misma, la que, de alguna forma, nos merecemos. Las instituciones de las que proviene, las que le hicieron lo que hoy es, son incapaces (por cobardes y por depender de ella; porque saben que combatirla es combatirse y al final nadie quiere perder lo que ha ganado) de contradecirle. ¿Quién va hacerlo? ¿Las organizaciones electorales que han sumado se al descrédito generalizado del aparato? ¿El presidente que le debe tanto y que no fue capaz de mostrar la más mínima moral pública ante su dudosa llegada al poder, ante el reclamo público de su, a todas luces, equivocada estrategia contra el crimen? ¿Nosotros, los de a pie, que merecemos esta inmundicia tanto como aquellos, pero la padecemos más? Por encima de todo cuanto le dio origen, inmune a toda ley y jurisdicción parece que nada la detendrá, parece que valdrá acostumbrarnos a vivir con el monstruo entre nosotros. O a ser, igualmente horrorosos, el monstruo inamovible que no hemos vuelto al solaparla.


martes, 5 de abril de 2011

La muerte de los hijos

Que se nos mueran los hijos en los brazos. No en fiestas o accidentes, que en madrugadas nos roban sueño y aliento desde el día que nacieron. Que se nos mueran lentamente, goteando sangre sus tráqueas, en nuestros paralizados brazos de torpísimos amores. Que se nos mueran baleados por los padres de otros hijos también muertos. Que se nos mueran de ojitos apagados, con improvisadas capas de volar echas de toallas viejas, o disfraces afelpados de conejos busca dulces. Que se nos mueran los hijos en los brazos mientras dicen con alientos ahogados sus últimas palabras: odiemos en voz alta estas calles sin banqueta. Que se nos mueran de veras, sin liturgias ni dioses, ni indemnizaciones. Que se mueran los míos, lo tuyos; los ricos y los pobres. Que se mueran todos y abarroten los panteones. Que no haya espacio en los hornos que incineran a los muertos, ni una línea en los diarios donde escribir esquelas infantiles. Que todo nos recuerde la infamia con que fueron acabados, la indolencia con que pagamos a plazos sus muertecitas. Que el silencio se adueñe de los parques los domingos y en el viento habite (y traiga hasta nosotros) un horrible vacío, cobarde y lacerante que entre corte la respiración y no nos mate. Que se nos mueran los hijos en los brazos. Que esa escena se repita en la tele, en la radio, en el pecho y también en los espejos. Que el inmenso dolor no deje escribir a los poetas; los gobernantes no puedan decidir, ni soñar con el poder, ni hacer dinero; que a los cantantes se les haga un nudo en la garganta y todo sea en el mundo pesadumbre. Que se nos mueran las ganas, los anhelos, los pobrecitos hijos que trajimos a este mundo de metrallas. Que se mueran los hijos en los brazos de sus padres, porque así, de alguna forma, lo quisimos.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El génesis


Sumergido en un sillón que era de arena movediza, Kurt Cubain, pasaba las tardes de los últimos días entre pinchazos de aguja y programas de concurso en televisión -dicen algunos que le encantaban-. Ocasionalmente rasgaba un par de notas en su guitarra –quienes la oyeron dicen que sonaba igual que mil furias marinas en mitad de la tormenta-. Un día, se cree que después de una llamada de Courtney, decidió que al mundo no le hacía falta su presencia y a él permanecer en esta tierra, y se disparó con una escopeta, regando sus sesos por toda la sala -que se iluminó como si fuera el medio día-. Esa misma noche, Kurt ya estaba sentado en la diestra del padre –que los teólogos no ha decidido aún si es Elvis, Lennon o alguien más cercano al grunge-. Al mundo le empezó a hacer falta su presencia pero, al mismo tiempo, Kurt empezó a estar en todos lados; se nos volvió omnipresente, misericordioso con las versiones de “Smells Like Teen Spirit”. Todos sabemos que en donde dos o más se reúnen a escuchar el “Nevermind”, está él presente, mirándonos con sus pequeños ojos azules y cobijándonos con su suéter café.

lunes, 31 de enero de 2011

Escritura Nada

Signo de fuego nuestra nervadura,
del miedo la sutil pornografía;
oficio éste de hacer la melodía
con aguardientes y desagarradura.

Explorando pueril la geografía:
espaldas desporvistas de armadura
que del canto serán anatomía
transparente, quemante pero muda.

Así traza su rasgo la amargura
disfrazada de amable simpatía.
Limítrofe quehacer de su locura:

ese fuego crispará con su bravura
cualquier intento vil de valentía
confinándolo a ser sólo escritura.